martes, diciembre 05, 2006

Sueltos de bar


I
Podría decirte que la vida es una buena mierda y que algunas veces tratará de confundirte para que no lo notes.
Podría decirte que estoy cansado, no te imaginas cuánto, y que tengo que seguir, aunque no sé a dónde ni porqué.
Que un cigarrillo en el desayuno es lo mejor y que la memoria y el entendimiento lo peor.
Que, de pronto, siento que no entiendo nada y que, sin embargo, comprendo demasiado.
Podría decirte que esta buena mierda y su fantasía de ilusión comienzan a cansarme… pero que ni en eso hay emoción, sino demasiado hastío.

II
¿Qué podía hacer sino contenerme y recoger, con dos dedos trémulos, tu recuerdo de mi rostro?


X
Terrible imagen que poco a poco se va haciendo costumbre, deprimirse hasta las lágrimas por alguien que ya no está con nosotros y terminar llorando por uno mismo.

XII
Siguiendo un antiguo precepto de cómo comprender a la gente, me aboqué a la tarea de observar a través de los ojos de los demás. Destruí muchos prejuicios y accedí a formas que no me eran asimilables de otro modo: conocí, sufrí, gocé, disfruté con ojos de hombres y mujeres, incluso de niños y ancianos; hasta el día en que, a través de los ojos semiabiertos de un cuerpo rígido, observé una tela blanca, impecable, y comprendí que había muerto sin dar nunca tiempo a mis ojos de ver por sí mismos.

XV
Cuántos proyectos se han quebrado desde que llegué, cuántas fantasías han nacido muertas; pero una sobrevive, tú la hiciste real y yo me empeño en nutrirla. Sólo tenemos sueños, nostalgia y distancia, me dices. ¿Sólo eso?

XVI
Me gustaría encontrarte hoy y preguntarte: ¿Qué ha sido de tu vida? Pero hace mucho de tu muerte y sólo me queda rescatarte tanto pasado compartido, descubrir el gesto desdeñado, la palabra oída a medias. Quizá por eso dedique tantas mañanas, tardes y noches a la bebida solitaria del que busca, del que hurga en sus recuerdos y tira de ellos en procura de lo oculto y olvidado. Seguro por eso, en un pueblo perdido como yo en medio de los Andes, escribo esta carta que no podré enviarte, pero que, algún día, pondré en tus manos.

XIX
¿Dónde estás ahora? ¿Si no logro verte, si no puedes oírme? ¿Estás igual ahí? Sí, estás ahí y no aquí, conmigo, con un yo que no quisiera ver tan solo. Estás ahí y tus palabras suenan lejanas y tus líneas aún no aciertan a llegar y yo sigo aquí, pensando y anhelando cada vez más... tu presencia.

XXI
Cuando te das cuenta que todo siempre queda atrás, que ya deformado viene a visitarte el recuerdo de tu juego de Ivanhoe, pero nunca vuelve el juego; que tus trampas y traumas escolares no dejaron una huella indeleble; que la muerte de los viejos ocupa en tu historia sólo una líneas o un pie de página; que pasará también el tiempo de estudios apurados, de amigos confidenciables. Pretendes entonces lanzarte a vivir a toda prisa, abarcar lo más posible, probar todas las frutas, ver todos los colores y escuchar todos los sonidos. Es entonces que te das cuenta que eso no es para ti, que no serías tú y te detienes en seco.

XXIX
¿Escribir para ti? Qué cobardía. La incertidumbre quiere detenerme, pero no lo consigue y hoy me atrevo, no sé bien para qué. ¿Para perpetuarte? Eso ya te lo ganaste. ¿Para que existas? Qué pedantería. ¿Para que seas? Tu ser te sobrepasa a ti misma. ¿Para no perderte? Renuncié hace tiempo a esa quimera. ¿Para que me quieras? Sería un chantaje. ¿Para quererte? No exactamente, quizá para aceptar, sin dudas, que ya te estoy queriendo.

XXXV
Sigues viniendo, pero cada vez más lejos, más lejos y más lento. Lo sé, no sé hacer otra cosa contigo. Sé hacerte venir, sé esperarte. De nada me sirve, eso también lo sé.

XXXVI
Llegado un momento, el alcohol es la única forma de sobrellevar lo que siempre creímos que nos gustaba hacer.


XLIX
Te comenté que las risas sonaban distantes. Miraste alrededor y dijiste: “Sí, ya todos se están yendo.” Pero yo estaba dejando de escuchar tu risa y la mía confundidas.

LII
¿Recuerdas la época cuando nos torturábamos por conocer las respuestas? Respuestas a preguntas que nos torturaban acaso, sin conocerlas todavía.

LXI
¿Te parece difícil todo esto? ¿Te parece que el precio es demasiado alto por la tranquilidad? La tranquilidad es barata, cuesta tan sólo silencios pobres, palabras condescendientes. La felicidad – que no llega-- es costosa, tan costosa como caro es el sueño.

LXXI
He echado mano de todos mis escritos inconclusos. Como un borracho desesperado he apurado los conchos de todos mis vasos, y el papel, burlonamente, parece preguntar si tan pronto me he acabado.