Noche de ronda en Bath

Noche de ronda en Bath
Tu cuerpo lo recuerdo, o lo invento, pequeño, más delgado de lo que hubiera querido que fuera: pechos incipientes, cintura delgada pues otra cosa no podía ser. Tus piernas delgadas también y tu rostro... ¿Cómo era tu rostro? Pelo corto, ojos... no recuerdo tus ojos y eso es grave.
Te dije que eras bonita y lo creíste. Claro está que antes había jugado al indefenso, al incómodo por mi edad y había dejado que jugaras tu gran aventura, que pensaras que manejabas todo. Por eso me creíste, pues, si mi imaginación no me engaña, pocas veces habrías escuchado esas palabras.
Me había burlado de mí, insinuado que la falta de luz me favorecía, que ocultaba mis canas y una que otra arruga. Eso sí te lo decía en serio, pero con la calculada intención de que lo negaras. Sin embargo, te sonreíste y me dijiste que sí, que seguramente era así. Pensé en volver a decirte que eras bonita, esta vez creyéndolo algo al menos, pero preferí sonreír.
La noche había empezado tranquila, unos tragos habían sido suficientes para sentir que esta ciudad extranjera podía ser un poco mía. Era la ilusión del borracho que sueña que todo será distinto, que esta vez tomará con moderación y partirá a tiempo. Ya no me acosaban las escenas de la llegada del Zambo, cuando, de no ser por él, hubiera muerto en una discoteca, aplastado por un novio celoso e increíblemente grande; ni la golpiza – esa vez no había tenido responsabilidad alguna- que recibí, supongo, por ser latino donde no podía. Ahora estaba entero y feliz, el bourbon con Coca Cola, que aquí ofendía tanto, me había puesto en ese estado de conciencia donde todo es posible. Probé: “Quien no recuerda esa edad, llegados los dieciséis, cuando queremos tener algunos años de más”, perfecto; sin embargo, y por las dudas, continué: “...treinta y tres años nada más, son media vida, treinta y tres años que se van...”, nada, ni mi reciente cumpleaños, ni la decadente canción de Julio Iglesias surtían efecto contrario.
Un partido de rugby era el centro de atención en el bar y mi esquina, la más distante desde la paliza innecesaria e inmerecida, permanecía tranquila. Una mirada, que por momentos identificaba como provocadora, comenzó a parecerme recurrente, así que opte por responderla con una elevación de cejas que quería decir “bueno el partido, ¿no?”; por suerte, mi mensaje fue bien entendido o mi lectura mal realizada, pues nada pasó.
Una palmada, cuando el partido ya había terminado, con aplausos de mi parte para pasar desapercibido, me regresó desde dentro de mi vaso casi vacío. Era Douglas.
¿Dónde terminamos la noche?
La noche recién empieza, Douggy.
Ok, ¿veneno?
Se agradece.
Al poco tiempo reaparecía con un escocés puro, y un bourbon con Coca Cola para mí. Charlamos un momento sobre el partido y salimos. Descartamos dos o tres discotecas, pues ya no era persona grata en ellas --habían resultado quisquillosos los británicos-- y recalamos en una que, años atrás, había sido el boom en Bath.
Y ahí apareciste tú, diecisiete dijiste y yo me sonreí. No recuerdo si fue entonces o después, acaso haya sido ahí, cuando por provocar a mi suerte te dije en esa bondadosa oscuridad que nos acogía:
¿Diecisiete? Por favor, yo puedo ser tu padre.
¿Qué edad tienes?- preguntaste entre estúpida y coqueta.
Treinta y tres - te dije, sin mover las manos de tus nalgas. Tú ya me habías besado minutos antes sin previo aviso y parecías sentirte cómoda así.
Desabotonaste algo mi camisa y acurrucaste tus labios como si yo fuera tu nido. Toqué tus pechos, pero parece que no habías leído a García Lorca y nada se despertó ahí, en esos pechos pequeños, pero agradables al tacto. Hablamos algo, lo supongo más que recordarlo. Le sonreíste a alguien y, siguiendo con esa imagen de desamparo que tanto parecía gustarte, pregunté quién era. Una amiga, respondiste, instantes antes de darte la vuelta y bailar con el trasero pegado y tu cabeza regodeándose en mi pecho.
¿Quieres que baile con nosotros?
La verdad me encantaría.
En realidad era una gordita más buena gente que otra cosa, pero la idea me resultó fascinante para esta noche que había ido creciendo de la nada. Volviste en un instante para decirme que no quería, te pedí que insistieras, pero finalmente tuve que conformarme solo contigo. Quizá sumando las edades esto no sea delito, te dije, pero lo hice en español y no me entendiste. No quise explicarte y te colgaste de mi cuello con una gracia que si hubieras sido bonita me hubiera ilusionado para toda la vida.
Bajaste las manos y me apretaste contra ti, aunque la canción no ameritaba tanta proximidad. Acercaste tus labios para que yo los alcanzara y no te dejaste separar un buen rato. Creo que era feliz entonces.
¿Me esperas un minuto?, tengo que ir al baño - me dijiste bajando un dedo por mi pecho y separándolo antes de llegar al penúltimo botón.
Te espero toda la vida - respondí con una palmada.
Para alargar la noche me acerqué a la barra y pedí un agua mineral, pero no había dado el primer sorbo cuando Douggi se acercó y me dijo que la noche no pintaba, que fuéramos a otro lado.
Yo pago tu veneno - me dijo, al notar un asomo de duda.
Tú serás el culpable - respondí.
Todavía pude verte en la cola del baño, levanté las solapas de mi sobretodo y salí sin prisa.
Fuera de tiempo
Al despertar, la boca pastosa, la cabeza latiéndome de dolor, el estómago revuelto, sostenían trabajosamente el recuerdo que flotaba en mi mente.
La noche anterior, como a las doce, cansado de dar vueltas en la cama, fui a sentarme a la sala y puse sobre la mesa una botella de vodka. Un poco de música ahuyentaba el silencio exterior; el otro, seguía igual. Recuerdo dos campanadas en el reloj de pared y la botella a la mitad. Poco después de la tercera campana recuerdo un timbre, aunque no puedo precisar si era de la puerta o del teléfono. Supongo que todo lo que siguió fue producto de la borrachera: sentado en el comedor, cosa que fue cierta pues encontré puchos de cigarro por la mañana, estuve conversando con Fernando, algo por demás imposible ya que él ha muerto hace cinco años; hablamos de cine, de estudios, de mujeres.
Ahora, mientras tomo el tercer café de la mañana con la idea improbable de recuperarme o sentirme, al menos, un poco mejor; mientras las letras del periódico aún se mueven a su antojo, pienso que ha sido bueno volver a conversar con él, siempre dije que seguía vivo en mi recuerdo y anoche lo he comprobado.
Ha pasado la Navidad y sus luces, su olor a pólvora y su gasto. Ha pasado el año nuevo y su fanfarria y, en mi rutina de hace semanas, de bebedor nocturno, he vuelto a tener el mismo sueño. En la terraza de la casa, que un amigo me ha prestado en la isla de Pucusana, disfrutando del mar, aunque sea básicamente de esa espuma amarillenta, una botella de Stolichnaya ha pasado a ser parte de mi cuerpo y, otra vez al despertar, he tenido la viva sensación de haber estado la noche anterior conversando con Fernando. Lo recuerdo caminando por el malecón y acercándose a mí sin apuro. Hablamos de todo un poco, de la playa, del colegio, de sus padres, de la muerte de Cousteau, pero ahora, al tenderme al sol luego del primer baño de la mañana, me parece recordar, aislada entre todo lo hablado, una pregunta suya: "¿Todavía no te das cuenta?". Aún no logro encontrar sentido ni significado a su pregunta, quizá porque últimamente no le encuentro sentido a casi nada. También me dijo algo más, "estás fuera de tiempo".
En estos meses de verano el sueño se ha ido repitiendo, siempre bajo la influencia del alcohol que se ha convertido en fiel compañero. Historias, recuerdos, preguntas, se han sucedido noche tras noche cargadas de naturalidad y nunca he podido ser consciente, en esos momentos, de lo irreal de todo ello. La temática, aunque se inició muy variada, se ha ido centrando en el año anterior, es decir, desde mi regreso a Lima, desde que las cosas comenzaron a no encajar.
Ayer; es increíble como me he ido acostumbrando a todo esto. Ayer, decía, me sorprendió cuando en medio de la conversación me recordó el seis de enero del año pasado. "Estabas por cruzar una calle y creíste escuchar tu nombre, volteaste y no había nadie. Seguiste caminando y por centímetros no te atropelló un auto, fui yo quien te llamó y salvó. Hice mal en demorarte, no debí interferir", me dijo con rostro adusto. Recuerdo que ansioso, confundido y algo molesto le pregunte por qué. "Era el momento, por eso te dije, hace mucho, que estabas fuera de tiempo", respondió casi sin mover los labios.
He ido, como dicen, atando cabos, he sumado dos más dos y siempre me ha dado cuatro. Su primera visita, sus preguntas, sus recuerdos, todo ha sido como un recuento, como un balance. He vuelto a recrear a solas los últimos meses y casi me atrevería a decir que una neblina inexistente para los otros, pero absolutamente real para mí, ha ido quitando brillo a cada gesto, a cada momento. Mis amigos se han ido alejando poco a poco, como si olieran algo, como si temieran el contacto. Yo mismo me he apartado. Algunos compañeros han pasado a mi lado sin reconocerme y olvidos inexplicables en la maquinaria diaria han sido comunes, ausencia en un registro, cancelación de cuentas bancarias, devolución de correspondencia.
Por eso, hoy que el mar está picado como nunca, he dispuesto de dos botellas y de todo el mar delante de mí. El plan es el siguiente: aturdirme, nunca he sido un hombre valiente, disfrutar de la noche mientras repaso por última vez todos los puntos anteriores, entrar al mar de madrugada y, repitiendo el título de un viejo libro, ir en busca del tiempo perdido. Si no resulta sabré que todo fue solamente un sueño o que me estoy volviendo realmente loco, si ocurre lo que supongo y espero, te enterarás, querida, al descubrir estas notas.
Regreso
(fragmento epistolar)
Cuzco sigue siendo el mismo, igual de admirable, igual de entrañable, igual de ingrato. Nuestra foto sigue en el mismo lugar, ella no ha envejecido, pero quien hoy me atiende en el Cross, quien tiene el desparpajo de preguntarme: “¿Qué va a tomar?” Es un imberbe que no conoce la historia. Sí, el Cuzco es el mismo y, lo terrible es que respecto a mi anterior retorno, soy yo también el mismo, o casi. ¿Sabes una cosa? Es válido que los lugares no cambien, pero que uno no lo haga es dramático. Cuzco, Cuzco, tierra extraña que reduje a un bar, dos o tres calles y un puñado de amigos; Cuzco, lugar que me han vuelto a ofrecer como propio y que, sin embargo, me han reclamado que devuelva, tragos de por medio, como si fuera un forastero que no tiene derechos sobre él.
Pero debo contarte, esa es la finalidad de las cartas, al menos según mi madre, el contar las cosas que han pasado, pues bien, te cuento que por fin conocí Quenqo, Tambomachay, Huaro y me quedé asombrado con Chinchero, en fin, que me he comportado como un correcto turista, como un extranjero, así que no tienen de que quejarse.
De los amigos mutuos, ¿qué decirte? Acaso preguntarte o preguntarme ¿cuán mutuos eran? Uno cree que los amigos se heredan, como las cosas o las casas, pero si bien, a veces funciona y uno termina por apropiarse de los amigos de su pareja, creo que no es el caso; pero llamémosle mutuos, solo para no divagar más. Pedro tiene novia y nuevo trabajo, el dolor de la muerte de un amigo lo ha acompañado en las noches de trago, pero no ha inundado su espíritu, aunque a veces él lo piense así; la Negra sigue en lo suyo, luchando por ser feliz y consiguiéndolo poco a poco, a su manera, que a veces envidio pues es más concreta que la mía; el Chino en Japón; Ernesto perdido sabe Dios donde, y bueno, creo que más mutuos no hay, lo demás son fantasmas, jirones de amistad que me resisto a dejar olvidados, bonitos recuerdos que he ido modificando para que sobrevivan, en fin, lo de siempre, creo...
Disculpa, pero me parece que lo mejor será terminar aquí, no todo se ha dicho, mucho, seguro, se dirá después. ¿Cuándo vuelva? Ahora dudo que lo haga, que lo logre.
Pensé que terminaba esta carta y mira que sigo aquí, un nuevo vaso de Jim Beam con Coca Cola me motiva y acompaña. Pero no me creas, ni tu tierra, ni el barman, ni el alcalde han cambiado, ni yo he cambiado, pero creo ya haberte dicho esto, soy yo el que no cambia y entonces no sé irme y por eso tengo el trago nuevo en frente. Soy yo el que sigue estancado en sus veintisiete o veintiocho, que no sabe o no se decide.
Una mierda como hijo, compasible como marido, esporádico como hermano y buen amigo. Nota que no me tiembla la mano, no cambia la tensión de mi letra al escribir estos cuatro puntos y es que, lo sé hace mucho, pero no me dejes seguir que no terminaré nunca. Ahora sí me voy, creo que es lo mejor, cerrar esta carta, sin leerla, colocarla en un sobre y encargar a alguien que la envíe para no tentarme.
No puedo, simplemente no puedo dejar de escribir y enfrentarme a un bar casi vacío donde solo nuestra foto recuerda que estuve, que estuvimos aquí. Como decirte que encontré al Gringo Michael pero que no nos volvimos a ver. ¿Gente nueva? No sabría decirte, los nombres han cambiado, pero como con las vírgenes y los cristos, cambian los nombres pero la esencia se mantiene, cambian los actores pero no los papeles y disculpa, una vez más, que te cargue, que vuelva con lo mismo --creo que en este punto puedes dejar de leer pues descubro, sin releerme, que me repito--, el único que se ha quedado en el elenco soy yo y sospecho que no por bueno, sino por falta de ofertas o de proyección, como prefieras.
Creo que ahora sí se acaba, luego te volveré a escribir desde Lima, “ese hermoso y gris trozo de vida” como dijera Durrell, ahora ya no puedo, el alcohol que hace una hora me permitió comenzar esta lenta carta, ahora comienza a cobrar su deuda y me reclama solo para él, me quiere en exclusiva y entorpece mi mente y mi mano, tú lo comprendes, lo sé, te jode pero lo comprendes, así que adiós, adiós y buena suerte mi amor.
La luz por los barrotes
- ¿Sabe doctora? Aquí hace mucho frío, más que afuera. ¿Sabe por qué? Aquí se han olvidado de todo, viven como real este mundo, aunque quizá sea real, no sé, pero no hay calor. Usted misma, si se viera, tiene los ojos fríos, los labios rígidos; aquí hace un frío mortal.
- ¿Te parece? ¿Hace cuanto estás aquí?
- Mucho tiempo ¿Sabe? Pero yo no estoy loco. Sí, usted y yo sabemos que no estoy loco... ¿Pero si salgo de aquí, a donde iría, qué haría? No tengo trabajo ni posibilidad de encontrarlo. Antes tenía ¿Sabe? Pero querían uniformarme, anularme. ¿Era ilógico, sabe? Todos con terno y corbata en pleno verano. Querían crear un mundo al margen de la realidad, se cagan en la realidad. ¿Sabe? Yo estoy bien, estoy sano. Pero si salgo ¿A dónde voy?
- Podrías ir a tu casa...
- Mi casa es... era más fría que esto. Las ventanas también tenían rejas, eso era bueno, como aquí ¿Sabe? ¿Se ha fijado?
El sol casi siempre brillante de esa ciudad que había visto pasar sus juveniles sueños de pintor lo vio engancharse y ser aceptado, soportado y luego arrojado a un hospital.
- Me he fijado, sí ¿Te molesta?
- Claro que no me molesta... no sea idiota ¿Se hace la idiota para acercarse? Recuerde que a mí me han traído por loco, no por idiota, pero usted ya lo sabe, yo no estoy loco... ¿Ve como entra la luz aquí? - dijo, mientras señalaba las ventanas de la sala que servía de consultorio y que, cruzadas por dos gruesos barrotes, dejaban entrar tan solo una luz con sombras.
- ¿Qué pasa con la luz?
- Esos barrotes cortan la luz, dejan pasar sólo una luz presa, cautiva, una luz como fracturada. Eso es triste ¿Sabe? Pero es mejor así, la luz directa, ésa que se mueve por sus calles, me mataría, por eso prefiero estar aquí.
- Pero este lugar es para locos, como tú les dices.
- Claro, pero ya le dije, afuera no tengo nada que hacer, aquí hablo con usted y con los otros ¿Sabe? El otro día un tipo me dijo algo muy curioso: "Un hombre se vuelve loco cuando tiene mucha energía y no tiene talento; se desespera, no encuentra su camino, no encuentra la salida y se escapa hacia adentro.”
Una mosca revolotea sobre una mujer desparramada por el suelo, no es la misma de
ayer, pero la mujer sí y el lugar también. La mujer levanta la mirada y tal vez envidia a esa mosca que pronto morirá y morirá libre y morirá mosca o quizá, la envidia porque simplemente morirá pronto.
- ¿Tú pintabas, no?
- ¡Ay! Que astuta la doctora. Sí, yo pintaba, pero dejé de pintar no por falta de talento, sino porque no valía la pena pintar para que esa gente viera lo que hacía ¿Sabe? Si continuara pintando tendría que ocultarlo todo, ellos no se merecen ver, no están acostumbrados, no saben.
- Ya, ya te entiendo...
- Sabe que no, pero no me importa, de todas maneras me entretiene hablar con usted.
- Sí, bueno, pero ya será otro día, por ahora el tiempo se acabó.
- Bueno.
Luego de las horas de oscuridad, interrumpida por sordos quejidos, una tenue luz luchará para iluminar las habitaciones. La luz eléctrica dejará de ser necesaria en los pasadizos siempre viejos, siempre sucios. Los pacientes despertarán del sueño común para entrar en otro más profundo. Los médicos y enfermeras pronto dejarán fuera sus vidas y ganarán su sueldo por nueve o diez horas de trabajo. Una mosca volverá a revolotear y una mirada la volverá a envidiar sin sospechar que era otra a la que envidiaba ayer.
- ¿Sabes que hay doctores que piensan que ya debes salir?
- Lo suponía. Ya le he dicho que nunca estuve loco. Pero igual no puedo salir ¿Sabe? No podría soportar la luz completa, no podría. Además ¿A dónde iría?
- Eso ya lo hablamos...
- Hablar no es entenderse... usted sabe que no puedo salir. ¿Para qué le he explicado tantas veces? Parece que aunque hemos hablado horas, usted no ha entendido nada.
- Yo no decido las cosas.
- ¿Entonces para qué mierda le explico a usted? Lléveme con alguien importante.
- ¿Quizá para que tú las entiendas?
- ¿Qué?
- Hablas quizá para entenderte...
- Yo entiendo, sino no podría explicarle. ¿No se da cuenta? Entiendo que afuera no tengo nada que hacer, que tratarían de volver a uniformarme, que no me dejarían ser, tendría que fingir ser alguien para que al final nadie me tome en cuenta. Aquí estoy protegido de todos ellos. ¿Ellos me encerraron, no? Entonces aquí me quedo y todos contentos.
- No es tan fácil.
- ¿Por qué no? Ellos dicen que estoy loco. Yo sé que no, pero ellos quieren que esté aquí y yo también. Por fin estamos de acuerdo en algo.
- ¿A qué le temes?
Los doctores pasean enfundados en sus batas blancas y hablan de algo, quien sabe de qué, quizá de sus pacientes, quizá de la vida que llevan fuera y que comienza con el atardecer.
- No sé, creo que a la luz. Sí, eso, a la luz completa, no podría soportarla. Usted ha visto cómo es afuera, cómo viven afuera, cómo fingen. Yo no finjo, ni si quiera he fingido estar loco para quedarme, pero afuera todos hieren, todos fingen. Nadie entiende. Yo sé que a usted le pagan por esto, pero al fin lo hace ¿no? Me escucha, además, los otros, como no tienen nada que hacer también me escuchan, no entienden nada ¿Sabe? Están locos, no entienden, pero al menos escuchan.
- ¿Qué tiene que ver la luz?
- Tiene que ver, se ve todo gracias a la luz completa; aquí, si hay algo de lo de fuera, yo no lo sé, porque la luz entra cuarteada y poca, casi muerta.
- Entonces ¿prefieres no ver?
- Lógico doctora. Sé bien que si viera a plena luz no podría soportarlo. Es sólo instinto de conservación ¿quién busca lo que lo daña? Sólo los locos ¿Se da cuenta? Los que quieren sacarme de aquí quieren mi destrucción, se da cuenta lo que son ¿no? Los que me encerraron para destruirme y como no lo lograron, ahora cambian de estrategia ¿Sabe lo que son, no? Esos que mienten, que fingen. ¿Sabe, no?
- Bueno...
- Sí, ya sé, la hora... hasta otro día.
Las oficinas del hospital cobran un poco más de vida, el directorio ha decidido la salida de varios internos mejorados en vista de la urgencia del ingreso de nuevos pacientes. La luz eléctrica auxilia las interminables discusiones sobre los que deben de abandonar la institución. Los pacientes no advierten nada de ese movimiento, siguen con su luz cuarteada, con sus moscas libres para morir, con sus barrotes, con sus sueños que empiezan a ser terribles cuando el día se instalaba.
- ¿Ya te informaron, no? Esta es nuestra última entrevista.
- Sí - dijo, he hizo un largo silencio.
- ¿Qué piensas?
- Salir... ¿Eso quieren, no? Usted, usted tiene la culpa. Usted será responsable. Usted sabe, yo le expliqué. Usted sabe, ellos quizá no entiendan o no les interese, pero usted sabe...
- Yo no decido, te lo he dicho antes...
- Bueno, si es la última, ya podemos acabar.
- ¿No quieres hablar de otra cosa?
- ¿Para qué?
La mañana nublada y el cielo tapado parecen el regalo de alguna benévola divinidad que quisiera protegerlo de esa luz a la que tanto teme. Las calles, la gente, no le dicen nada y guardan silencio.
De pronto, comienza a reconocer tantos sentimientos, tantas actitudes de antes. Una profunda angustia se apodera de él. Un auto casi lo arrolla al cruzar una calle y su mirada asustada recibe como única respuesta un insulto. Un niño lo persigue unos pasos pidiéndole algo. Una mujer lo cruza y casi golpea con cara descompuesta. Palabras que no quieren decir nada salen de un auto.
¿Qué pasa, qué esta ocurriendo? Mira hacia arriba, el cielo comienza a despejarse. Los gritos se multiplican, los insultos aumentan, mil bocinas lo amenazan, mil radios gritan furiosas, mil mujeres lo arrollan. Un niño lo mira desde una esquina con gesto patético. Corre desesperado. ¿Dónde están todos? Parece preguntar ¿dónde la doctora, dónde la loca y su siempre nueva, siempre viva mosca? ¿Dónde los barrotes que amortiguan la luz, dónde las sucias paredes conocidas? ¿Dónde las batas limpísimas que cruzan flotando por los pasillos?
El medio día llega y el sol se abre paso. Corre sin saber por qué.
¿A dónde ir? ¿Cómo deshacerse de tantos niños, bocinas, radios, mujeres llorosas, de tanta luz? ¿Dónde? ¿Cómo? Grita desesperado. ¿Cuál es el camino de vuelta al hospital?
Ve que el parque, en el que desde hace unos segundos se encuentra, llega a su fin. Un puente, un alto puente marca el final. Mira fijamente la baranda, el fierro corroído, el aire despejado. Siente que la luz comienza a dañarle con más fuerza. Recuerda a la doctora, recuerda las rejas del hospital y corre ansioso. Las barandas del puente le recuerdan los barrotes de sus ventanas y al saltar parece sentir que el sol, ahora a sus espaldas, le molesta mucho menos.
Te dije que eras bonita y lo creíste. Claro está que antes había jugado al indefenso, al incómodo por mi edad y había dejado que jugaras tu gran aventura, que pensaras que manejabas todo. Por eso me creíste, pues, si mi imaginación no me engaña, pocas veces habrías escuchado esas palabras.
Me había burlado de mí, insinuado que la falta de luz me favorecía, que ocultaba mis canas y una que otra arruga. Eso sí te lo decía en serio, pero con la calculada intención de que lo negaras. Sin embargo, te sonreíste y me dijiste que sí, que seguramente era así. Pensé en volver a decirte que eras bonita, esta vez creyéndolo algo al menos, pero preferí sonreír.
La noche había empezado tranquila, unos tragos habían sido suficientes para sentir que esta ciudad extranjera podía ser un poco mía. Era la ilusión del borracho que sueña que todo será distinto, que esta vez tomará con moderación y partirá a tiempo. Ya no me acosaban las escenas de la llegada del Zambo, cuando, de no ser por él, hubiera muerto en una discoteca, aplastado por un novio celoso e increíblemente grande; ni la golpiza – esa vez no había tenido responsabilidad alguna- que recibí, supongo, por ser latino donde no podía. Ahora estaba entero y feliz, el bourbon con Coca Cola, que aquí ofendía tanto, me había puesto en ese estado de conciencia donde todo es posible. Probé: “Quien no recuerda esa edad, llegados los dieciséis, cuando queremos tener algunos años de más”, perfecto; sin embargo, y por las dudas, continué: “...treinta y tres años nada más, son media vida, treinta y tres años que se van...”, nada, ni mi reciente cumpleaños, ni la decadente canción de Julio Iglesias surtían efecto contrario.
Un partido de rugby era el centro de atención en el bar y mi esquina, la más distante desde la paliza innecesaria e inmerecida, permanecía tranquila. Una mirada, que por momentos identificaba como provocadora, comenzó a parecerme recurrente, así que opte por responderla con una elevación de cejas que quería decir “bueno el partido, ¿no?”; por suerte, mi mensaje fue bien entendido o mi lectura mal realizada, pues nada pasó.
Una palmada, cuando el partido ya había terminado, con aplausos de mi parte para pasar desapercibido, me regresó desde dentro de mi vaso casi vacío. Era Douglas.
¿Dónde terminamos la noche?
La noche recién empieza, Douggy.
Ok, ¿veneno?
Se agradece.
Al poco tiempo reaparecía con un escocés puro, y un bourbon con Coca Cola para mí. Charlamos un momento sobre el partido y salimos. Descartamos dos o tres discotecas, pues ya no era persona grata en ellas --habían resultado quisquillosos los británicos-- y recalamos en una que, años atrás, había sido el boom en Bath.
Y ahí apareciste tú, diecisiete dijiste y yo me sonreí. No recuerdo si fue entonces o después, acaso haya sido ahí, cuando por provocar a mi suerte te dije en esa bondadosa oscuridad que nos acogía:
¿Diecisiete? Por favor, yo puedo ser tu padre.
¿Qué edad tienes?- preguntaste entre estúpida y coqueta.
Treinta y tres - te dije, sin mover las manos de tus nalgas. Tú ya me habías besado minutos antes sin previo aviso y parecías sentirte cómoda así.
Desabotonaste algo mi camisa y acurrucaste tus labios como si yo fuera tu nido. Toqué tus pechos, pero parece que no habías leído a García Lorca y nada se despertó ahí, en esos pechos pequeños, pero agradables al tacto. Hablamos algo, lo supongo más que recordarlo. Le sonreíste a alguien y, siguiendo con esa imagen de desamparo que tanto parecía gustarte, pregunté quién era. Una amiga, respondiste, instantes antes de darte la vuelta y bailar con el trasero pegado y tu cabeza regodeándose en mi pecho.
¿Quieres que baile con nosotros?
La verdad me encantaría.
En realidad era una gordita más buena gente que otra cosa, pero la idea me resultó fascinante para esta noche que había ido creciendo de la nada. Volviste en un instante para decirme que no quería, te pedí que insistieras, pero finalmente tuve que conformarme solo contigo. Quizá sumando las edades esto no sea delito, te dije, pero lo hice en español y no me entendiste. No quise explicarte y te colgaste de mi cuello con una gracia que si hubieras sido bonita me hubiera ilusionado para toda la vida.
Bajaste las manos y me apretaste contra ti, aunque la canción no ameritaba tanta proximidad. Acercaste tus labios para que yo los alcanzara y no te dejaste separar un buen rato. Creo que era feliz entonces.
¿Me esperas un minuto?, tengo que ir al baño - me dijiste bajando un dedo por mi pecho y separándolo antes de llegar al penúltimo botón.
Te espero toda la vida - respondí con una palmada.
Para alargar la noche me acerqué a la barra y pedí un agua mineral, pero no había dado el primer sorbo cuando Douggi se acercó y me dijo que la noche no pintaba, que fuéramos a otro lado.
Yo pago tu veneno - me dijo, al notar un asomo de duda.
Tú serás el culpable - respondí.
Todavía pude verte en la cola del baño, levanté las solapas de mi sobretodo y salí sin prisa.
Fuera de tiempo
Al despertar, la boca pastosa, la cabeza latiéndome de dolor, el estómago revuelto, sostenían trabajosamente el recuerdo que flotaba en mi mente.
La noche anterior, como a las doce, cansado de dar vueltas en la cama, fui a sentarme a la sala y puse sobre la mesa una botella de vodka. Un poco de música ahuyentaba el silencio exterior; el otro, seguía igual. Recuerdo dos campanadas en el reloj de pared y la botella a la mitad. Poco después de la tercera campana recuerdo un timbre, aunque no puedo precisar si era de la puerta o del teléfono. Supongo que todo lo que siguió fue producto de la borrachera: sentado en el comedor, cosa que fue cierta pues encontré puchos de cigarro por la mañana, estuve conversando con Fernando, algo por demás imposible ya que él ha muerto hace cinco años; hablamos de cine, de estudios, de mujeres.
Ahora, mientras tomo el tercer café de la mañana con la idea improbable de recuperarme o sentirme, al menos, un poco mejor; mientras las letras del periódico aún se mueven a su antojo, pienso que ha sido bueno volver a conversar con él, siempre dije que seguía vivo en mi recuerdo y anoche lo he comprobado.
Ha pasado la Navidad y sus luces, su olor a pólvora y su gasto. Ha pasado el año nuevo y su fanfarria y, en mi rutina de hace semanas, de bebedor nocturno, he vuelto a tener el mismo sueño. En la terraza de la casa, que un amigo me ha prestado en la isla de Pucusana, disfrutando del mar, aunque sea básicamente de esa espuma amarillenta, una botella de Stolichnaya ha pasado a ser parte de mi cuerpo y, otra vez al despertar, he tenido la viva sensación de haber estado la noche anterior conversando con Fernando. Lo recuerdo caminando por el malecón y acercándose a mí sin apuro. Hablamos de todo un poco, de la playa, del colegio, de sus padres, de la muerte de Cousteau, pero ahora, al tenderme al sol luego del primer baño de la mañana, me parece recordar, aislada entre todo lo hablado, una pregunta suya: "¿Todavía no te das cuenta?". Aún no logro encontrar sentido ni significado a su pregunta, quizá porque últimamente no le encuentro sentido a casi nada. También me dijo algo más, "estás fuera de tiempo".
En estos meses de verano el sueño se ha ido repitiendo, siempre bajo la influencia del alcohol que se ha convertido en fiel compañero. Historias, recuerdos, preguntas, se han sucedido noche tras noche cargadas de naturalidad y nunca he podido ser consciente, en esos momentos, de lo irreal de todo ello. La temática, aunque se inició muy variada, se ha ido centrando en el año anterior, es decir, desde mi regreso a Lima, desde que las cosas comenzaron a no encajar.
Ayer; es increíble como me he ido acostumbrando a todo esto. Ayer, decía, me sorprendió cuando en medio de la conversación me recordó el seis de enero del año pasado. "Estabas por cruzar una calle y creíste escuchar tu nombre, volteaste y no había nadie. Seguiste caminando y por centímetros no te atropelló un auto, fui yo quien te llamó y salvó. Hice mal en demorarte, no debí interferir", me dijo con rostro adusto. Recuerdo que ansioso, confundido y algo molesto le pregunte por qué. "Era el momento, por eso te dije, hace mucho, que estabas fuera de tiempo", respondió casi sin mover los labios.
He ido, como dicen, atando cabos, he sumado dos más dos y siempre me ha dado cuatro. Su primera visita, sus preguntas, sus recuerdos, todo ha sido como un recuento, como un balance. He vuelto a recrear a solas los últimos meses y casi me atrevería a decir que una neblina inexistente para los otros, pero absolutamente real para mí, ha ido quitando brillo a cada gesto, a cada momento. Mis amigos se han ido alejando poco a poco, como si olieran algo, como si temieran el contacto. Yo mismo me he apartado. Algunos compañeros han pasado a mi lado sin reconocerme y olvidos inexplicables en la maquinaria diaria han sido comunes, ausencia en un registro, cancelación de cuentas bancarias, devolución de correspondencia.
Por eso, hoy que el mar está picado como nunca, he dispuesto de dos botellas y de todo el mar delante de mí. El plan es el siguiente: aturdirme, nunca he sido un hombre valiente, disfrutar de la noche mientras repaso por última vez todos los puntos anteriores, entrar al mar de madrugada y, repitiendo el título de un viejo libro, ir en busca del tiempo perdido. Si no resulta sabré que todo fue solamente un sueño o que me estoy volviendo realmente loco, si ocurre lo que supongo y espero, te enterarás, querida, al descubrir estas notas.
Regreso
(fragmento epistolar)
Cuzco sigue siendo el mismo, igual de admirable, igual de entrañable, igual de ingrato. Nuestra foto sigue en el mismo lugar, ella no ha envejecido, pero quien hoy me atiende en el Cross, quien tiene el desparpajo de preguntarme: “¿Qué va a tomar?” Es un imberbe que no conoce la historia. Sí, el Cuzco es el mismo y, lo terrible es que respecto a mi anterior retorno, soy yo también el mismo, o casi. ¿Sabes una cosa? Es válido que los lugares no cambien, pero que uno no lo haga es dramático. Cuzco, Cuzco, tierra extraña que reduje a un bar, dos o tres calles y un puñado de amigos; Cuzco, lugar que me han vuelto a ofrecer como propio y que, sin embargo, me han reclamado que devuelva, tragos de por medio, como si fuera un forastero que no tiene derechos sobre él.
Pero debo contarte, esa es la finalidad de las cartas, al menos según mi madre, el contar las cosas que han pasado, pues bien, te cuento que por fin conocí Quenqo, Tambomachay, Huaro y me quedé asombrado con Chinchero, en fin, que me he comportado como un correcto turista, como un extranjero, así que no tienen de que quejarse.
De los amigos mutuos, ¿qué decirte? Acaso preguntarte o preguntarme ¿cuán mutuos eran? Uno cree que los amigos se heredan, como las cosas o las casas, pero si bien, a veces funciona y uno termina por apropiarse de los amigos de su pareja, creo que no es el caso; pero llamémosle mutuos, solo para no divagar más. Pedro tiene novia y nuevo trabajo, el dolor de la muerte de un amigo lo ha acompañado en las noches de trago, pero no ha inundado su espíritu, aunque a veces él lo piense así; la Negra sigue en lo suyo, luchando por ser feliz y consiguiéndolo poco a poco, a su manera, que a veces envidio pues es más concreta que la mía; el Chino en Japón; Ernesto perdido sabe Dios donde, y bueno, creo que más mutuos no hay, lo demás son fantasmas, jirones de amistad que me resisto a dejar olvidados, bonitos recuerdos que he ido modificando para que sobrevivan, en fin, lo de siempre, creo...
Disculpa, pero me parece que lo mejor será terminar aquí, no todo se ha dicho, mucho, seguro, se dirá después. ¿Cuándo vuelva? Ahora dudo que lo haga, que lo logre.
Pensé que terminaba esta carta y mira que sigo aquí, un nuevo vaso de Jim Beam con Coca Cola me motiva y acompaña. Pero no me creas, ni tu tierra, ni el barman, ni el alcalde han cambiado, ni yo he cambiado, pero creo ya haberte dicho esto, soy yo el que no cambia y entonces no sé irme y por eso tengo el trago nuevo en frente. Soy yo el que sigue estancado en sus veintisiete o veintiocho, que no sabe o no se decide.
Una mierda como hijo, compasible como marido, esporádico como hermano y buen amigo. Nota que no me tiembla la mano, no cambia la tensión de mi letra al escribir estos cuatro puntos y es que, lo sé hace mucho, pero no me dejes seguir que no terminaré nunca. Ahora sí me voy, creo que es lo mejor, cerrar esta carta, sin leerla, colocarla en un sobre y encargar a alguien que la envíe para no tentarme.
No puedo, simplemente no puedo dejar de escribir y enfrentarme a un bar casi vacío donde solo nuestra foto recuerda que estuve, que estuvimos aquí. Como decirte que encontré al Gringo Michael pero que no nos volvimos a ver. ¿Gente nueva? No sabría decirte, los nombres han cambiado, pero como con las vírgenes y los cristos, cambian los nombres pero la esencia se mantiene, cambian los actores pero no los papeles y disculpa, una vez más, que te cargue, que vuelva con lo mismo --creo que en este punto puedes dejar de leer pues descubro, sin releerme, que me repito--, el único que se ha quedado en el elenco soy yo y sospecho que no por bueno, sino por falta de ofertas o de proyección, como prefieras.
Creo que ahora sí se acaba, luego te volveré a escribir desde Lima, “ese hermoso y gris trozo de vida” como dijera Durrell, ahora ya no puedo, el alcohol que hace una hora me permitió comenzar esta lenta carta, ahora comienza a cobrar su deuda y me reclama solo para él, me quiere en exclusiva y entorpece mi mente y mi mano, tú lo comprendes, lo sé, te jode pero lo comprendes, así que adiós, adiós y buena suerte mi amor.
La luz por los barrotes
- ¿Sabe doctora? Aquí hace mucho frío, más que afuera. ¿Sabe por qué? Aquí se han olvidado de todo, viven como real este mundo, aunque quizá sea real, no sé, pero no hay calor. Usted misma, si se viera, tiene los ojos fríos, los labios rígidos; aquí hace un frío mortal.
- ¿Te parece? ¿Hace cuanto estás aquí?
- Mucho tiempo ¿Sabe? Pero yo no estoy loco. Sí, usted y yo sabemos que no estoy loco... ¿Pero si salgo de aquí, a donde iría, qué haría? No tengo trabajo ni posibilidad de encontrarlo. Antes tenía ¿Sabe? Pero querían uniformarme, anularme. ¿Era ilógico, sabe? Todos con terno y corbata en pleno verano. Querían crear un mundo al margen de la realidad, se cagan en la realidad. ¿Sabe? Yo estoy bien, estoy sano. Pero si salgo ¿A dónde voy?
- Podrías ir a tu casa...
- Mi casa es... era más fría que esto. Las ventanas también tenían rejas, eso era bueno, como aquí ¿Sabe? ¿Se ha fijado?
El sol casi siempre brillante de esa ciudad que había visto pasar sus juveniles sueños de pintor lo vio engancharse y ser aceptado, soportado y luego arrojado a un hospital.
- Me he fijado, sí ¿Te molesta?
- Claro que no me molesta... no sea idiota ¿Se hace la idiota para acercarse? Recuerde que a mí me han traído por loco, no por idiota, pero usted ya lo sabe, yo no estoy loco... ¿Ve como entra la luz aquí? - dijo, mientras señalaba las ventanas de la sala que servía de consultorio y que, cruzadas por dos gruesos barrotes, dejaban entrar tan solo una luz con sombras.
- ¿Qué pasa con la luz?
- Esos barrotes cortan la luz, dejan pasar sólo una luz presa, cautiva, una luz como fracturada. Eso es triste ¿Sabe? Pero es mejor así, la luz directa, ésa que se mueve por sus calles, me mataría, por eso prefiero estar aquí.
- Pero este lugar es para locos, como tú les dices.
- Claro, pero ya le dije, afuera no tengo nada que hacer, aquí hablo con usted y con los otros ¿Sabe? El otro día un tipo me dijo algo muy curioso: "Un hombre se vuelve loco cuando tiene mucha energía y no tiene talento; se desespera, no encuentra su camino, no encuentra la salida y se escapa hacia adentro.”
Una mosca revolotea sobre una mujer desparramada por el suelo, no es la misma de
ayer, pero la mujer sí y el lugar también. La mujer levanta la mirada y tal vez envidia a esa mosca que pronto morirá y morirá libre y morirá mosca o quizá, la envidia porque simplemente morirá pronto.
- ¿Tú pintabas, no?
- ¡Ay! Que astuta la doctora. Sí, yo pintaba, pero dejé de pintar no por falta de talento, sino porque no valía la pena pintar para que esa gente viera lo que hacía ¿Sabe? Si continuara pintando tendría que ocultarlo todo, ellos no se merecen ver, no están acostumbrados, no saben.
- Ya, ya te entiendo...
- Sabe que no, pero no me importa, de todas maneras me entretiene hablar con usted.
- Sí, bueno, pero ya será otro día, por ahora el tiempo se acabó.
- Bueno.
Luego de las horas de oscuridad, interrumpida por sordos quejidos, una tenue luz luchará para iluminar las habitaciones. La luz eléctrica dejará de ser necesaria en los pasadizos siempre viejos, siempre sucios. Los pacientes despertarán del sueño común para entrar en otro más profundo. Los médicos y enfermeras pronto dejarán fuera sus vidas y ganarán su sueldo por nueve o diez horas de trabajo. Una mosca volverá a revolotear y una mirada la volverá a envidiar sin sospechar que era otra a la que envidiaba ayer.
- ¿Sabes que hay doctores que piensan que ya debes salir?
- Lo suponía. Ya le he dicho que nunca estuve loco. Pero igual no puedo salir ¿Sabe? No podría soportar la luz completa, no podría. Además ¿A dónde iría?
- Eso ya lo hablamos...
- Hablar no es entenderse... usted sabe que no puedo salir. ¿Para qué le he explicado tantas veces? Parece que aunque hemos hablado horas, usted no ha entendido nada.
- Yo no decido las cosas.
- ¿Entonces para qué mierda le explico a usted? Lléveme con alguien importante.
- ¿Quizá para que tú las entiendas?
- ¿Qué?
- Hablas quizá para entenderte...
- Yo entiendo, sino no podría explicarle. ¿No se da cuenta? Entiendo que afuera no tengo nada que hacer, que tratarían de volver a uniformarme, que no me dejarían ser, tendría que fingir ser alguien para que al final nadie me tome en cuenta. Aquí estoy protegido de todos ellos. ¿Ellos me encerraron, no? Entonces aquí me quedo y todos contentos.
- No es tan fácil.
- ¿Por qué no? Ellos dicen que estoy loco. Yo sé que no, pero ellos quieren que esté aquí y yo también. Por fin estamos de acuerdo en algo.
- ¿A qué le temes?
Los doctores pasean enfundados en sus batas blancas y hablan de algo, quien sabe de qué, quizá de sus pacientes, quizá de la vida que llevan fuera y que comienza con el atardecer.
- No sé, creo que a la luz. Sí, eso, a la luz completa, no podría soportarla. Usted ha visto cómo es afuera, cómo viven afuera, cómo fingen. Yo no finjo, ni si quiera he fingido estar loco para quedarme, pero afuera todos hieren, todos fingen. Nadie entiende. Yo sé que a usted le pagan por esto, pero al fin lo hace ¿no? Me escucha, además, los otros, como no tienen nada que hacer también me escuchan, no entienden nada ¿Sabe? Están locos, no entienden, pero al menos escuchan.
- ¿Qué tiene que ver la luz?
- Tiene que ver, se ve todo gracias a la luz completa; aquí, si hay algo de lo de fuera, yo no lo sé, porque la luz entra cuarteada y poca, casi muerta.
- Entonces ¿prefieres no ver?
- Lógico doctora. Sé bien que si viera a plena luz no podría soportarlo. Es sólo instinto de conservación ¿quién busca lo que lo daña? Sólo los locos ¿Se da cuenta? Los que quieren sacarme de aquí quieren mi destrucción, se da cuenta lo que son ¿no? Los que me encerraron para destruirme y como no lo lograron, ahora cambian de estrategia ¿Sabe lo que son, no? Esos que mienten, que fingen. ¿Sabe, no?
- Bueno...
- Sí, ya sé, la hora... hasta otro día.
Las oficinas del hospital cobran un poco más de vida, el directorio ha decidido la salida de varios internos mejorados en vista de la urgencia del ingreso de nuevos pacientes. La luz eléctrica auxilia las interminables discusiones sobre los que deben de abandonar la institución. Los pacientes no advierten nada de ese movimiento, siguen con su luz cuarteada, con sus moscas libres para morir, con sus barrotes, con sus sueños que empiezan a ser terribles cuando el día se instalaba.
- ¿Ya te informaron, no? Esta es nuestra última entrevista.
- Sí - dijo, he hizo un largo silencio.
- ¿Qué piensas?
- Salir... ¿Eso quieren, no? Usted, usted tiene la culpa. Usted será responsable. Usted sabe, yo le expliqué. Usted sabe, ellos quizá no entiendan o no les interese, pero usted sabe...
- Yo no decido, te lo he dicho antes...
- Bueno, si es la última, ya podemos acabar.
- ¿No quieres hablar de otra cosa?
- ¿Para qué?
La mañana nublada y el cielo tapado parecen el regalo de alguna benévola divinidad que quisiera protegerlo de esa luz a la que tanto teme. Las calles, la gente, no le dicen nada y guardan silencio.
De pronto, comienza a reconocer tantos sentimientos, tantas actitudes de antes. Una profunda angustia se apodera de él. Un auto casi lo arrolla al cruzar una calle y su mirada asustada recibe como única respuesta un insulto. Un niño lo persigue unos pasos pidiéndole algo. Una mujer lo cruza y casi golpea con cara descompuesta. Palabras que no quieren decir nada salen de un auto.
¿Qué pasa, qué esta ocurriendo? Mira hacia arriba, el cielo comienza a despejarse. Los gritos se multiplican, los insultos aumentan, mil bocinas lo amenazan, mil radios gritan furiosas, mil mujeres lo arrollan. Un niño lo mira desde una esquina con gesto patético. Corre desesperado. ¿Dónde están todos? Parece preguntar ¿dónde la doctora, dónde la loca y su siempre nueva, siempre viva mosca? ¿Dónde los barrotes que amortiguan la luz, dónde las sucias paredes conocidas? ¿Dónde las batas limpísimas que cruzan flotando por los pasillos?
El medio día llega y el sol se abre paso. Corre sin saber por qué.
¿A dónde ir? ¿Cómo deshacerse de tantos niños, bocinas, radios, mujeres llorosas, de tanta luz? ¿Dónde? ¿Cómo? Grita desesperado. ¿Cuál es el camino de vuelta al hospital?
Ve que el parque, en el que desde hace unos segundos se encuentra, llega a su fin. Un puente, un alto puente marca el final. Mira fijamente la baranda, el fierro corroído, el aire despejado. Siente que la luz comienza a dañarle con más fuerza. Recuerda a la doctora, recuerda las rejas del hospital y corre ansioso. Las barandas del puente le recuerdan los barrotes de sus ventanas y al saltar parece sentir que el sol, ahora a sus espaldas, le molesta mucho menos.